viernes, 5 de noviembre de 2010

Lo he tenido que hacer


Lo he tenido que hacer. No hay lugar a dudas. Cualquier científico de poca monta puede explicar empíricamente que a toda acción le sigue una reacción en cadena imparable. Nada hubiera ocurrido sin un motor que pusiera en marcha la máquina. Si no hay empuje no hay movimiento. Pero ahí está la cosa, que una vez accionado ya no se puede detener.
De niño me enseñaron que la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma.
Pues bien, he ahí la transformación de una energía que yo no he creado y, sin embargo, alguien me ha aplicado. ¿Qué podía hacer yo contra las leyes de la naturaleza? No soy más que una víctima del cientificismo que nos rodea.

Me miran. En sus ojos puedo leer muchas cosas... Miedo. Sobre todo miedo y algo parecido a una carcajada. Solo una. Tal vez rota y metálica como el sonido de una campana vieja.

Lo he tenido que hacer, todos lo saben. En un vaso caben muchas gotas, pero no infinitas. Por muy pequeñas que sean siempre hay una, eso es indudable, que es la última. Y la siguiente ya no. La siguiente hace derramarse el agua. ¡Pero si sólo es una gota!¡Una gota minúscula...! Sí, es cierto, pero no es la última. La última era justo la anterior.

No entiendo por tanto esas caras.
Le advertí que no lo hiciera. Se lo advertí varias veces. No me contenté con una, no. Lo dije dos, tres veces..., bien alto para que todos se enteraran. Pero no. Él lo hizo. ¡Vaya si lo hizo!
Y ahí está ahora.
En el suelo.
El cuerpo.
Sin vida ya.
De Antonio.
La sangre es de lo más escandalosa. Habrá que limpiarla cuanto antes.

Creo que la próxima vez que ponga un examen no harán preguntas estúpidas.

Juan Pablo García

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