
Si se hubiera despertado sin él, el niño se habría echado a llorar llamando a su madre. Pero la belleza iluminada del rayito de sol le ha abierto en los mismos ojos un paraíso florido y mágico que lo tiene suspenso.
Y el niño palmotea, y ríe, y hace grandes conversaciones sin palabras, consigo mismo, cogiéndose con las dos manos los dos pies y arrullando su delicia.
Le pone la manita al rayo de sol; luego, el pie -¡con qué dificultad y qué paciencia!-, luego la boca, luego el ojo, y se deslumbra, y se ríe refregándoselo cerrado y llenándose de baba la boca apretada. Si en la lucha por jugar con él se da un golpe en la baranda, aguanta el dolor y el llanto y se ríe con lágrimas que le complican en iris preciosos el bello sol del rayo.
Pasa el instante y el rayito se va del niño, poco a poco, pared arriba. Aún lo mira el niño, suspenso, como una imposible mariposa, de verdad para él.
De pronto, ya no está el rayo. Y en el cuarto oscuro, el niño -¿qué tiene el niño, dicen todos corriendo, qué tendrá?- llora desesperadamente por su madre.
Juan Ramón Jiménez
molt bonico
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